Así pues el poema_Más alto que las flamas_Louise Dupré
ASÍ PUES EL POEMA
te enfrenta
como tú
enfrentas
la piedad
simple de las cosas simples
porque no eres una sacerdotisa
sino una mujer
de la noche intranquila
y de las bibliotecas
que tiemblan ante el ataque
de los ácaros
a pesar de la supuesta sabiduría
de los libros
no logras
destruir el dolor
el dolor es ese gusano del corazón
que continúa habitándote
ahí, en esa oquedad
juiciosa de la infancia
como un punto en el mapa
de lo sensible
un pueblo sepultado
bajo los escombros
después de una catástrofe
sin testigos
ningún relato, ningún rostro
tu recuerdo es un cuadrado
blanco sobre fondo blanco
una pintura terriblemente
abstracta
un remordimiento
que rascas con la punta de la uña
hasta que sangran
las palabras
porque las palabras también dejan
astillas
bajo la piel
cuando el dedo toca
la madera muerta
de la lengua
y los espectros que duermen en ella
desde la creación del tiempo
es muy antiguo
tu dolor
proviene del silencio
de los continentes
desaparecidos
como esos barcos que uno creía
extraviados en el abismo
cuando la Tierra
era tan plana como una moneda
tu dolor no se limita
no se intercambia
por productos raros
no es efímero
continúa su camino
junto a ti
y al niño
que no desea aprender
la aritmética
del morir
el niño posee una ventana
abierta
en el pecho
como vista
a la intrepidez
de las especies que crecen
y se multiplican todavía más
ante la ávida mirada
de los predadores
el niño no desea
albergar en sí
el dolor
como se albergó
en tus células
con su gélida luz
y tratas de contenerlo
cubriéndolo con una sábana
de seda
o con una tenacidad
en todo tiempo naciente
en todo tiempo sobreviviente
porque no tiene piedad
de nadie, el dolor
se presenta con arma
en mano
dirige el latido
del amor
te ha obligado a errar
con los ojos exhaustos, el alma
exhausta
y el sol demasiado solo
para brindarte calor
en vano tratabas de acordarte
donde vivías
antes de esa casa de paja
construida con el sudor
de tus manos
pero una casa de paja
sigue siendo a pesar de todo
una casa
donde un termina por tropezar
con el amor
el amor transita en la sombra
de una palabra
que se conserva junto al pecho
para protegerla
a falta de poder
escucharla
como una caricia
del niño junto a ti
el silencio inconmesurable
de los bosques, en la noche
cuando los árboles desenredan
su cabellera
para el alba
en la noche, una sola caricia
del niño
puede desbaratar
acaso en un solo instante
el mundo y su dolor
atraviesas entonces tu alma
hasta que las palabras fulminan
y te olvidas
de la lista interminable
de las hogueras
alumbradas por manos
que se han dicho humanas
como si una inocencia
pudiera aún erigirse
en ti
acaso en un solo instante
un frágil segundo
suspendido en la idea
de que no es demasiado tarde
para lo imposible
de una vida que surcaría
el aire desnudo de julio
junto a cualquier espera
todas las lágrimas contenidas
detrás del iris
y las jaulas
enjauladas en los lienzos
de Francis Bacon
una pequeña distracción
es a veces el último motivo
que te queda
distracción, dices
y no olvido
en breve tus ojos se inundarán
con una contaminación de imágenes
sombrías
que se escapan de una frase
escrita de través
lo sabes, tu exquisito candor
duerme
en un antiguo catecismo
donde aprendiste
la caída de los ángeles
desde entonces, no conoces
la ley de tu nacimiento
en el seno de una especie
dispuesta a matar
con el goce
con que se forja el poema
una sola caricia
del niño
en tus brazos
porta en sí todas las minúsculas
ropas de Auschwitz
y los biberones rotos
y el corazón hecho trizas de las madres
desde el paraíso
de la primera mujer
no cesas de preguntarte
cómo caminar
en el dolor
que arrastras
en tus suelas
tú, la exiliada
de los grandes vergeles
en busca de una respuesta
que no llega
qué puerto prometerle
al niño junto a ti
qué agua para la sed
y las palabras
cautivas en metáforas
obsoletas
qué herencia de pordioseros
para ofrecer
pero caminas, avanzas
en tu lengua
más exhausta que un caballo
de labor
con el sueño de que el niño
un día construirá una frase
con sus pequeñas manos
y la lanzará
con toda su apacible fuerza
como juega a la pelota
con una esfera
de la última Navidad
porque se requieren nacimientos
piadosos
bajo los árboles
cortados de su vida
precedente
que mueren para iluminar
las sílabas más oscuras
de diciembre
se requiere un porvenir
con la firme quimera
de perdurar
como en las películas
deterioradas
en las salas parroquiales
en que la palabra fin
justificaba el sacrificio
dispuesta al sacrificio
lo estarías, tú también
si pudieras quemar
todos los sudarios
pero los pequeños fantasmas
regresan invariablemente
a poblar la noche
con sus aullidos
que hacen temblar la tierra
y dejas
por agotamiento
que tu casa se derrumbe
con la idea de un presente
construido sobre algunos libros
como un viento que remonta
en la cabeza
para acostumbrarse a vivir
entre cadáveres
por fortuna existen
libros
para llevar
a los cursos de escuela
ahí donde mordías manzanas
aprendiendo la lección
del bien y del mal
ahí empezaste
a creer en las historias d
de abuelas
con esas niñas
sangre carmesí, carmesí
sacrificado
carmesí horrorizado
como el ruido
de los biberones hechos añicos
bajo las botas
y ves de nuevo a los papas
sentados sin remordimientos
en los lienzos de Francis Bacon
esa mañana de sol
silencioso
en que caminabas
entre los muros contrahechos
del dolor
sin comprender por qué
ese martilleo monstruoso
bajo tu cráneo
mientras te aferrabas
perfectamente
a la luz de ninguna parte
porque un hombre es un hombre
aun cuando su papado lo reviste
aun cuando lo declara inocente
el teatro púdico
de un lienzo
y continúas hacia adelante
ignorando cuánto tiempo
hay que bajar los párpados
antes de ver perfilarse
bajo los arrepentimientos
las sombras encorvadas
de los pueblos
como árboles
exhaustos
después de la tormenta
ese lamento que fluye
en tus venas
siguiendo el camino
que el niño abre a diario
hasta tu corazón
cera de crayones
que se compran por docenas
que graban sobre la hoja
una mano
para la caricia
caricia, a pesar de ti
regresaste
hacia esa palabra que te agita
como un torbellino de voz
bajo el viento perfumado
en las noches de linternas
caricia, roce
vals de los dedos
sobre el borde
de las heridas que se cosen
y vuelven a coserse
en esa dignidad
que a veces uno nombra poema
la dicha se sujeta a un hilo
invisible
sólo te pertenece
si la liberas
de esa boca
abierta como el grito
que calcina el cielo
carmesí Francis Bacon
pero el niño a tu lado
y sus labios
siempre dispuestos a cantar
en la noche
para glorificar imágenes
en la punta de tus diez dedos
están esos sueños
sobre las paredes agrietadas
como un agua
pascual
se pretende mover
la mano entre las imágenes
del oprobio
trazando senderos
que se dirigen hacia el sol
porque el niño
no conoce la sangre
del cáliz
el niño es una sed de oro
que salpica el paisaje
él te arrastra, te obliga
a caminar
en sus delirios
de porvenir y de espacio
el niño es mayor
que los brazos
de las crucifixiones
y vuelves a ser la chiquilla
que lloraba mucho
para amar muhco
tú, la ahora pequeña
y envejecida
con el corazón abatido
lo que observas
permanece sin esperanza
como una gramática licenciosa
una iglesia con los ángeles
clavados
en lo blanco de las alas
una jaula de vidrio
para la gloria de los papas
que han sabido
tramar la desdicha
lo que observas a diario
desgarra
la piel de tu ojo
pero persigues
detrás del niño
tu camino inmóvil
esperando tocar
en la inocencia de las hierbas
que nombramos malas
un segundo de sabiduría
como un pozo donde hundir el dolor
hasta un agua
que vibra de belleza
y te envuelves
con esa nada
semejante a una aurora
cubierta de nieve
mientras contemplas
la mañana
paralizada con el silencio
ese rocío que hace cintilar
el mundo en tu mano
de pronto hábil
para forjar el día
te vuelves de pronto
la artesana de un sudario
para los espíritus
bajo las cenizas
como si vivir se volviera
una labor de dama
y de modestia
que se repite
en cada intuición
de la luz
y eriges las palabras
bajo tus párpados
para que el niño
junto a ti
aprenda a subir
uno por uno los escalones
de sus sueños
porque el niño es en sí mismo
una humanidad
el niño es una dádiva
que no esperabas.
Comentarios
Publicar un comentario