Dejarse ir_Gloria Anzaldúa

 No basta con decidir abrirte.

Debes hundirte los dedos en el ombligo, con las dos manos

agrietarte, derramar los lagartos y los sapos

las orquídeas y los girasoles,

virar al revés el laberinto. Sacudirlo.

Sin embargo, no te vacías del todo.

Quizás una flema verde se esconde en tu tos.

Tal vez no sabes que la tienes

hasta que un nudote crece en la garganta

y se convierte en rana.

Te cosquillea una sonrisa secreta

en el paladar lleno de orgasmos diminutos.

Pero tarde o tempranose revela.

La rana verde croa sin discreción.Todos miran.

No basta con abrirte

una sola vez.

De nuevo debes hundirte los dedos

en el ombligo, con las dos manos

desgarrarte,

dejar caer ratas muertas y cucarachas

lluvia de primavera, mazorcas en capullo.

Virar al revés el laberinto. Sacudirlo.

Esta vez debes soltarlo todo.

Enfrentar el rostro abierto del dragón

y dejar que el terror te trague.—Te disuelves en su saliva—nadie te reconoce hecha charco—nadie te extraña—ni siquiera te recuerdan y el laberinto

tampoco es creación tuya.

Y has cruzado.Y a tu alrededor espacio.

Sola. Con la nada.

Nadie te va a salvar.Nadie te va a cortar la soga,

a cortar las gruesas espinas que te rodean.

Nadie vendrá a saltar los muros del castillo ni

a despertar con un beso tu nacimiento,

a bajar por tu pelo, ni a montarte

en el caballo blanco.

No hay nadie que te alimente el anhelo.

Acéptalo. Tendrás que

hacerlo, hacerlo tú misma.Y a tu alrededor un vasto terreno. Sola. 

Con la noche.Tendrás que hacerte amiga de lo oscuro

si quieres dormir por las noches.

No basta con soltar dos, tres veces, cien.

 Pronto todo es tedioso, insuficiente.

El rostro abierto de la noche ya no te interesa.

Y pronto, otra vez, regresasa tu elemento y

como un pez al aire

sales al descubierto sólo entre respiros.

Pero ya tienes agallas

creciéndote en los senos.

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